De lo lo-que-es-así a lo
eso-no-es-así
Suele
suceder, en reiteradas ocasiones, que los días no concuerdan con su cualidad,
con su forma. Da esa extraña sensación de que estuvieran mal nombrados: un
martes lluvioso que parece domingo, un jueves liviano que se muestra como
sábado, un viernes pesado y agobiante que se confunde con un lunes, etc. Así,
de esta calaña, es lo que le pasó a Alguien; sólo que no tiene mucho que ver
con los días y los nombres, sino más bien con lo no-se-lo-digas-a-nadie. Cosas
que por su forma y cualidad parecen ser algo que no es; es decir: lo que pasa
cuando algo es tratado como lo-que-es-así, mientras que en realidad es un eso-no-es-así.
Para
evitar confusiones, es conveniente tener en cuenta que el azar, la fortuna, lo
conseguido-sin-haberse-buscado, el logro por añadidura, el eva-test o cosas por
el estilo; trazan surcos en la realidad, crean mapas, y hasta determinan
destinos. Si, es cierto, esto último es discutible, aunque no repudiable. No
encuentro ninguna razón que me impida pensar en lo indeterminable de lo
determinante, y cómo lo fortuito deviene ley, y la ley apenas una simple
contingencia, es decir: lo prescindible. Y aunque sea extremadamente fácil
acusar a un madejero de relativista ante cualquier cuestionamiento de lo
lo-que-es-así; la impaciencia debería irse a dormir ahora mismo.
De
lo que nadie se ha percatado en todo este asunto, es que las orejas, con sus
formas retorcidas son, prácticamente, en el 99% de los casos, el motor de todas
estos fenómenos –lo que pasa entre lo lo-que-es-así y lo eso-no-es-así-. Es
decir, lo que entiende una siempre es distinto a lo que entendió la otra, y ahí
empieza todo el desbarajuste. Porque, a simple vista, cualquier hijo de médico
estaría de acuerdo en que funcionalmente ambas hacen un “trabajo en equipo”, aunque
la realidad muestre otra cosa. Como si se tratara de dos seres distintos, estas
orejas –en el mejor de los casos- escuchan algo parecido, al menos en el mismo
idioma. Lo esencial radica en el hecho básico en el que nadie ha reparado, y es
que ellas: no se conocen; ninguna de
ellas sabe de la otra. Desde el momento del nacimiento, está una de un lado y
otra del otro, y apenas pueden sospechar de la existencia de la otra por el eco
que retumba un poco más allá. Y hasta ahí. De todos modos, no se les puede
reprochar demasiado, su función consiste simplemente en “escuchar”, no en
entender; lo mismo que hace un escribidor: hacer
que un lector lea. Ahora, si se
escribe para que un lector además de leer, entienda, se estaría uno volviendo
demasiado pretencioso, quizás envuelto en aires de escritor?
Lo no-se-lo-digas-a-nadie y el
secreto
Volviendo
al meollo maula de todo este enredo, que es el: no-se-lo-digas-a-nadie; o sea, la condición suficiente –incluso,
suficientemente necesaria- para la creación, en tanto tal, de un secreto; es
importante tener en cuenta que es irreductiblemente necesaria, también, la
presencia de alguien, sin el cual todo se vería reducido a una botella con un
mensaje flotando en el océano, es decir: X. A partir de ahí, en la inmediata
presentificación de alguien, un secreto, lo que es un secreto, vería la luz.
Aunque mejor dicho, vería la luz, pero sólo por la hendija del cerrojo.
Lo
interesante de todo esto es que Alguien, finalmente, encontró la botella, y en
ella, el mensaje, y en él, el secreto. Los días
de navegación, como lo tenían acostumbrado, solían aislarlo lo
suficiente como para pasar semanas sin hablar, y llegar a sorprenderse al
escuchar el extraño sonido de su voz después de tanto tiempo. Esta
particularidad hacía que lo no-se-lo-digas-a-nadie no cobre su verdadera
dimensión, ya que nadie no estaba, no había nadie –ni alguno, ni aquel-. El secreto
se avenía secreto cuando había otro con orejas que pudiera llegar a escuchar, y
que tenía que funcionar como el-que-no.
Al
principio, cuando dio con el recipiente de vidrio que contenía en su vientre el
mensaje, puteó como de costumbre ¿Podía, acaso, haber tanta basura por todos
lados... incluso en medio del océano? De todos modos, no se trataba de ninguna
especie de consciencia ecológica de S XXI. Para nada. Simplemente puteaba por
costumbre, y se quejaba, echaba culpas y se desilusionaba, indignándose... pero
insisto, sólo por costumbre. Cualquier excusa le servía para ello. La cuestión
es que, más allá de eso, tomó la botella, y al percatarse de su contenido,
dudo. Fue una especie de continuación de toda la perorata anterior, y se sintió
el elegido. La descorchó como cirujano, con movimientos finos y precisos;
retiró el escrito con muchísimo cuidado, y lo leyó. Sus ojos recorrieron el
mensaje una veintena de veces, como tratando de confirmar y reconfirmar lo que
leían. Lo cierto es que entre aquel papel y él había un mundo, y más aún, una
historia; lo que hacía que nada de toda la situación sea tan estable como para
confiar en lo que podría llegar a pasar. Un elemento más – o menos- en toda la
escena, por más mínimo que éste sea, y todo sería diferente. Luego de pensar
posibles hipótesis sobre su incierto futuro, finalmente lo guardó en el
bolsillo izquierdo de su gastado saco beige, y miró el horizonte, observando
como el cielo se unía con el mar; y fantaseó, en casi dos minutos y medio, una
historia de amor.
Pasaron
algunas semanas hasta que Alguien amarró su nave en el puerto de Algúnlugar, y
decidió quedarse en tierra firme unos días, descansando de la vida en las
aguas. Se acomodó en la habitación de un pequeño hotel, de esos que dan miedo,
y casi como una insistencia, reencontró, mientras ordenaba, el clandestino
correo de botella que guardaba, aquél que inmediatamente olvidó después del
fantaseo de la precoz historia de amor. Ahora las cosas eran diferentes, ya que
había otras personas, y él tenía la opción de hacer público aquel escrito, o, por
el contrario, esconderlo y transformarlo finalmente en un no-se-lo-digas-a-nadie, fabricando un secreto. Esta historia podría
terminar acá si optara la primera opción, por lo que, como ya sabe usted, eligió
la segunda; y ocultó su hallazgo con dedicación.
El poder del secreto. Luego, Ella.
Con
el paso de los días se dio cuenta de algo, y es que aquel escrito que él
escondía no era nada más que significativo para él, debido a que no había otro
que sepa de su existencia, y no había ninguna especie de interés ajeno por lo
que allí decía. Casi como tentando a lo que no se quiere, disidió contarle a un
viejo colega y amigo lo que había encontrado, pero ocultándole lo que decía el
texto, y este fue el comienzo del triste desenlace de la historia –o
historieta- de Alguien que, fabricando un secreto, se equivoca y se traiciona a
sí mismo, como pasa en el mejor de los casos.
Es
así como cualquier menudencia puede transformarse, mediante un pequeño
movimiento zigzagueante, en lo más trascendente de la vida de una persona, y
hasta de un pueblo entero. Este colega una vez tentado, casi como si fuera
matemáticamente calculable de esperar, le contó a otra gente del pueblo, hasta
tal punto que Algúnlugar quedó prendido por el interés de saber qué decía aquel
papel, haciendo de Alguien el hombre más codiciado e importante del poblado. Al
poco tiempo, aquel mugroso pseudo papiro se convirtió en algo poderosísimo, y
Alguien, en una especie de Gran-Señor. Una locura colectiva sacudía los días de
aquel lugar del planeta, poseídos todos por no sé que magia, misterio, energía
divina. Al pesar de muchos eruditos, al mundo le había brotado un ombligo, y
sin ser Roma, y teniendo apenas un camino de 23 kilómetros de
ripio que lo unía a una ruta provincial con más pozos que la luna; Algúnlugar
sólo esperaba, con ansiedad de exfumador, la revelación de aquello que el mar
había decretado al Cosmos.
Una
casa de dos plantas (sólo malvones y madreselvas), con vista a la costa y un precioso
buzón con forma de tucán; cobijó a Alguien, quien poseyendo “ese saber” había
conquistado a todos, y se había consagrado “el gran sabio” del pueblo. Incluso
habían cerrado la iglesia por falta de fieles, reemplazando a un Cristo
sufriente por un Alguien fanfarrón y soberbio ¿Quién iba a decir algo, acaso?
Él, simplemente, lo sabía; y punto. Ni se sospechaba qué era lo que sabía, pero
lo sabía, y eso era indudable. Iba con su papelito para todos lados, como lo
haría un rey con su corona; y la gente lo reconocía y lo idolatraba con
honores, sin cavilar.
Apenas
una botella, que movida por una par de olas inquietas fue a parar a sus manos,
y acompañada por toda la lógica de lo no-se-lo-digas-a-nadie;
hicieron de Alguien algo más que alguien-más. Pero como no hay bien que por mal
no venga, su subida –y su-vida- sólo hizo más terrible su bajada. El amor es
una de esas cosas que pegan sacudones a las estanterías, y las más de las veces
desacomodan todo. El amor es lo más parecido al soplido violento contra la
casita hecha de cartas: lo que queda es lo que vale. Por supuesto, a veces
queda algo... a veces no queda nada. Es terrible, pero sólo después se sabe qué
era lo que valía la pena. Mientras tanto, hay que calmar la lengua sedienta,
que no habla, pero provoca tropezones. Y si. Alguien se enamoró de Ella, quien
escondía detrás de su carita de angelito a la hiena más insaciable de todo
Algúnlugar. Uno podría decir que él lo sabía, pero Ella, sin dudas demostró que
también, aunque de otra manera. La exclusividad del secreto nunca fue
compartida por Alguien, y siempre se las arregló para que, a pesar de todo lo
que pasaba entre ellos, aquel tema quedara a un lado. Más todo intento no es
más que eso. La confianza hace al descuido como la ocasión al ladrón, y lo que
pasó era lo que se esperaba.
Ella comprende. Alguien se pierde.
Ella sabía lo que quería.
Ella bailaba de madrugada
como ignorando lo que pasaba.
Mientras jugaba, lo conseguía.
Sola reía en su ajuar su risa,
y Alguien dormía sobre esa nada.
Verdugo manso su enamorada,
que era la dueña de esa requisa.
Pudo la noche perder su encanto,
más no por eso perder su magia.
No es el secreto lo que contagia,
la verborragia que mata al sabio.
Tanto misterio en esa botella
y Ella que gana aquella batalla.
Alguien despierta.
Alguien que calla.
Alguien que sólo encuentra una
huella,
y en la querella del desencuentro
sólo el tormento de la desidia.
Ella no vuelve.
Ella comprende: no hay más
secreto que el que no había.
Desaparece.
Alguien se pierde.
Y en el silencio de la caída
recuerda
eso que no sabía.
Que nunca supo. Que no
existió.
Que fantaseaba frente
a ese cielo,
frente a ese mar que les mintió.
Dedicado a mi hada madrina. Todos tenemos una por ahí.