miércoles, 12 de diciembre de 2012

Es la verborragia lo que mata al sabio (Del secreto al que se le permitió existir, y lo hizo por un rato)




De lo lo-que-es-así a lo eso-no-es-así

            Suele suceder, en reiteradas ocasiones, que los días no concuerdan con su cualidad, con su forma. Da esa extraña sensación de que estuvieran mal nombrados: un martes lluvioso que parece domingo, un jueves liviano que se muestra como sábado, un viernes pesado y agobiante que se confunde con un lunes, etc. Así, de esta calaña, es lo que le pasó a Alguien; sólo que no tiene mucho que ver con los días y los nombres, sino más bien con lo no-se-lo-digas-a-nadie. Cosas que por su forma y cualidad parecen ser algo que no es; es decir: lo que pasa cuando algo es tratado como lo-que-es-así, mientras que en realidad es un eso-no-es-así.
            Para evitar confusiones, es conveniente tener en cuenta que el azar, la fortuna, lo conseguido-sin-haberse-buscado, el logro por añadidura, el eva-test o cosas por el estilo; trazan surcos en la realidad, crean mapas, y hasta determinan destinos. Si, es cierto, esto último es discutible, aunque no repudiable. No encuentro ninguna razón que me impida pensar en lo indeterminable de lo determinante, y cómo lo fortuito deviene ley, y la ley apenas una simple contingencia, es decir: lo prescindible. Y aunque sea extremadamente fácil acusar a un madejero de relativista ante cualquier cuestionamiento de lo lo-que-es-así; la impaciencia debería irse a dormir ahora mismo.
            De lo que nadie se ha percatado en todo este asunto, es que las orejas, con sus formas retorcidas son, prácticamente, en el 99% de los casos, el motor de todas estos fenómenos –lo que pasa entre lo lo-que-es-así y lo eso-no-es-así-. Es decir, lo que entiende una siempre es distinto a lo que entendió la otra, y ahí empieza todo el desbarajuste. Porque, a simple vista, cualquier hijo de médico estaría de acuerdo en que funcionalmente ambas hacen un “trabajo en equipo”, aunque la realidad muestre otra cosa. Como si se tratara de dos seres distintos, estas orejas –en el mejor de los casos- escuchan algo parecido, al menos en el mismo idioma. Lo esencial radica en el hecho básico en el que nadie ha reparado, y es que ellas: no se conocen; ninguna de ellas sabe de la otra. Desde el momento del nacimiento, está una de un lado y otra del otro, y apenas pueden sospechar de la existencia de la otra por el eco que retumba un poco más allá. Y hasta ahí. De todos modos, no se les puede reprochar demasiado, su función consiste simplemente en “escuchar”, no en entender; lo mismo que hace un escribidor: hacer que un lector lea. Ahora, si se escribe para que un lector además de leer, entienda, se estaría uno volviendo demasiado pretencioso, quizás envuelto en aires de escritor?

Lo no-se-lo-digas-a-nadie y el secreto

            Volviendo al meollo maula de todo este enredo, que es el: no-se-lo-digas-a-nadie; o sea, la condición suficiente –incluso, suficientemente necesaria- para la creación, en tanto tal, de un secreto; es importante tener en cuenta que es irreductiblemente necesaria, también, la presencia de alguien, sin el cual todo se vería reducido a una botella con un mensaje flotando en el océano, es decir: X. A partir de ahí, en la inmediata presentificación de alguien, un secreto, lo que es un secreto, vería la luz. Aunque mejor dicho, vería la luz, pero sólo por la hendija del cerrojo.
            Lo interesante de todo esto es que Alguien, finalmente, encontró la botella, y en ella, el mensaje, y en él, el secreto. Los días  de navegación, como lo tenían acostumbrado, solían aislarlo lo suficiente como para pasar semanas sin hablar, y llegar a sorprenderse al escuchar el extraño sonido de su voz después de tanto tiempo. Esta particularidad hacía que lo no-se-lo-digas-a-nadie no cobre su verdadera dimensión, ya que nadie no estaba, no había nadie –ni alguno, ni aquel-. El secreto se avenía secreto cuando había otro con orejas que pudiera llegar a escuchar, y que tenía que funcionar como el-que-no.
            Al principio, cuando dio con el recipiente de vidrio que contenía en su vientre el mensaje, puteó como de costumbre ¿Podía, acaso, haber tanta basura por todos lados... incluso en medio del océano? De todos modos, no se trataba de ninguna especie de consciencia ecológica de S XXI. Para nada. Simplemente puteaba por costumbre, y se quejaba, echaba culpas y se desilusionaba, indignándose... pero insisto, sólo por costumbre. Cualquier excusa le servía para ello. La cuestión es que, más allá de eso, tomó la botella, y al percatarse de su contenido, dudo. Fue una especie de continuación de toda la perorata anterior, y se sintió el elegido. La descorchó como cirujano, con movimientos finos y precisos; retiró el escrito con muchísimo cuidado, y lo leyó. Sus ojos recorrieron el mensaje una veintena de veces, como tratando de confirmar y reconfirmar lo que leían. Lo cierto es que entre aquel papel y él había un mundo, y más aún, una historia; lo que hacía que nada de toda la situación sea tan estable como para confiar en lo que podría llegar a pasar. Un elemento más – o menos- en toda la escena, por más mínimo que éste sea, y todo sería diferente. Luego de pensar posibles hipótesis sobre su incierto futuro, finalmente lo guardó en el bolsillo izquierdo de su gastado saco beige, y miró el horizonte, observando como el cielo se unía con el mar; y fantaseó, en casi dos minutos y medio, una historia de amor.
            Pasaron algunas semanas hasta que Alguien amarró su nave en el puerto de Algúnlugar, y decidió quedarse en tierra firme unos días, descansando de la vida en las aguas. Se acomodó en la habitación de un pequeño hotel, de esos que dan miedo, y casi como una insistencia, reencontró, mientras ordenaba, el clandestino correo de botella que guardaba, aquél que inmediatamente olvidó después del fantaseo de la precoz historia de amor. Ahora las cosas eran diferentes, ya que había otras personas, y él tenía la opción de hacer público aquel escrito, o, por el contrario, esconderlo y transformarlo finalmente en un no-se-lo-digas-a-nadie, fabricando un secreto. Esta historia podría terminar acá si optara la primera opción, por lo que, como ya sabe usted, eligió la segunda; y ocultó su hallazgo con dedicación.


El poder del secreto. Luego, Ella.

            Con el paso de los días se dio cuenta de algo, y es que aquel escrito que él escondía no era nada más que significativo para él, debido a que no había otro que sepa de su existencia, y no había ninguna especie de interés ajeno por lo que allí decía. Casi como tentando a lo que no se quiere, disidió contarle a un viejo colega y amigo lo que había encontrado, pero ocultándole lo que decía el texto, y este fue el comienzo del triste desenlace de la historia –o historieta- de Alguien que, fabricando un secreto, se equivoca y se traiciona a sí mismo, como pasa en el mejor de los casos. 
            Es así como cualquier menudencia puede transformarse, mediante un pequeño movimiento zigzagueante, en lo más trascendente de la vida de una persona, y hasta de un pueblo entero. Este colega una vez tentado, casi como si fuera matemáticamente calculable de esperar, le contó a otra gente del pueblo, hasta tal punto que Algúnlugar quedó prendido por el interés de saber qué decía aquel papel, haciendo de Alguien el hombre más codiciado e importante del poblado. Al poco tiempo, aquel mugroso pseudo papiro se convirtió en algo poderosísimo, y Alguien, en una especie de Gran-Señor. Una locura colectiva sacudía los días de aquel lugar del planeta, poseídos todos por no sé que magia, misterio, energía divina. Al pesar de muchos eruditos, al mundo le había brotado un ombligo, y sin ser Roma, y teniendo apenas un camino de 23 kilómetros de ripio que lo unía a una ruta provincial con más pozos que la luna; Algúnlugar sólo esperaba, con ansiedad de exfumador, la revelación de aquello que el mar había decretado al Cosmos.
            Una casa de dos plantas (sólo malvones y madreselvas), con vista a la costa y un precioso buzón con forma de tucán; cobijó a Alguien, quien poseyendo “ese saber” había conquistado a todos, y se había consagrado “el gran sabio” del pueblo. Incluso habían cerrado la iglesia por falta de fieles, reemplazando a un Cristo sufriente por un Alguien fanfarrón y soberbio ¿Quién iba a decir algo, acaso? Él, simplemente, lo sabía; y punto. Ni se sospechaba qué era lo que sabía, pero lo sabía, y eso era indudable. Iba con su papelito para todos lados, como lo haría un rey con su corona; y la gente lo reconocía y lo idolatraba con honores, sin cavilar.
            Apenas una botella, que movida por una par de olas inquietas fue a parar a sus manos, y acompañada por toda la lógica de lo no-se-lo-digas-a-nadie; hicieron de Alguien algo más que alguien-más. Pero como no hay bien que por mal no venga, su subida –y su-vida- sólo hizo más terrible su bajada. El amor es una de esas cosas que pegan sacudones a las estanterías, y las más de las veces desacomodan todo. El amor es lo más parecido al soplido violento contra la casita hecha de cartas: lo que queda es lo que vale. Por supuesto, a veces queda algo... a veces no queda nada. Es terrible, pero sólo después se sabe qué era lo que valía la pena. Mientras tanto, hay que calmar la lengua sedienta, que no habla, pero provoca tropezones. Y si. Alguien se enamoró de Ella, quien escondía detrás de su carita de angelito a la hiena más insaciable de todo Algúnlugar. Uno podría decir que él lo sabía, pero Ella, sin dudas demostró que también, aunque de otra manera. La exclusividad del secreto nunca fue compartida por Alguien, y siempre se las arregló para que, a pesar de todo lo que pasaba entre ellos, aquel tema quedara a un lado. Más todo intento no es más que eso. La confianza hace al descuido como la ocasión al ladrón, y lo que pasó era lo que se esperaba.

Ella comprende. Alguien se pierde.

Ella sabía lo que quería.
Ella bailaba de madrugada
como ignorando lo que pasaba.
Mientras jugaba, lo conseguía.

Sola reía en su ajuar su risa,
y Alguien dormía sobre esa nada.
Verdugo manso su enamorada,
que era la dueña de esa requisa.

Pudo la noche perder su encanto,
más no por eso perder su magia.
No es el secreto lo que contagia,
la verborragia que mata al sabio.

Tanto misterio en esa botella
y Ella que gana aquella batalla.
Alguien despierta.
Alguien que calla.
Alguien que sólo encuentra una huella,
y en la querella del desencuentro
sólo el tormento de la desidia.
Ella no vuelve.
Ella comprende: no hay más secreto que el que no había.
Desaparece.
Alguien se pierde.

                   Y en el silencio de la caída
                                                                                  recuerda eso que no sabía.
Que nunca supo. Que no existió.

Que fantaseaba frente a ese cielo,

frente a ese mar que les mintió.                





Dedicado a mi hada madrina. Todos tenemos una por ahí.                                                          



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