domingo, 1 de septiembre de 2013

La Duda



-         - Que pasó, ma? –preguntó Alberto a su madre, después de un rato de estar sentado a su lado, a los pies de la cama.
-        - Nada, Betito. Nada… Andá a jugar, no más… andá. –le respondió ella, mientras se cubría la cara con un pedazo de papel medio arrugado, medio hecho un bollo, al cual tenía agarrado con mucha fuerza.

Alberto apoyó los pies en el suelo, y salió por la puerta de la habitación, como dirigido a control remoto. Se encontró con sus juguetes en la mesa de la cocina, y allí se quedó, jugando, tal como su madre se lo había pedido; simulando perfectamente un olvido, refugiado en la absurda idea de que “los niños no entienden”.
En todas las familias siempre hay motivos para discutir. Esto no es nada nuevo. No. Y tampoco lo es para Alberto. Su madre, budista, hinduista, marxista, yoguista, y vegetariana desde los 17 años (porque los vegetarianos siempre dicen “hace cuanto” que son vegetarianos, como intentando… no sé… demostrar antigüedad en el rubro… ¿Quién sabe?) se casó  hace 15 años con el padre del niño, quién viene de una tradición familiar en el comercio de los productos derivados a partir del cuerpo de los animales, es decir, es carnicero… al igual que su padre, su abuelo, su bisabuelo, etc. Este tema, que constituye casi una cuestión de capillas, de diferencias religiosas, de creencias en los alimentos, y demás; siempre funcionó como puntapié inicial en el enredo de cualquier tipo de barullo familiar. Incluso el pequeño Betito, con respecto al cual se juraron no tratar de influenciar bajo ningún tipo de opinión con respecto a las religiones alimenticias, vivía constantemente en una guerra santa/gastronómica. El niño siempre fue una especie de franja de gaza culinaria, al cual bombardearon con remolachas, rúculas, ensaladas de repollo y durazno, semillas, recetas macrobióticas y conjuros ayurvédicos, por un lado; mientras que por el otro recibió chorizos, morcillas, pechitos de cerdo, matambres, chinchulines, mollejas y costillitas asadas a punto, acompañadas siempre de pan y chimichurris caseros. Rara vez el pequeño se escandalizó por esto, es más, entre episodio y episodio logró generar algo novedoso para el círculo familiar, una forma creativa de lidiar con esas diferencias: se le ocurrió acompañar los pedazos de carne asada con las ensaladas… ¡y en el mismo plato! Una revelación. Así dejaba contentos a ambos, y a la vez un poquito incómodos.
Pero aquella noche, antes de que su padre se fuera dando un portazo, y su madre quedara junto al pequeño en la habitación; tuvo lugar un hecho frente al cual estos padres nunca tomaron precauciones. El carnicero había llegado a casa, después de cerrar el negocio, y la yoguista había terminado sus meditaciones diarias, siendo casi la hora de la cena. Mientras hacían un poco de zapping (en este punto no tenían diferencias), el pequeño Betito se les acercó, y sin preámbulos les preguntó:
-          Pa… Mamá… quiero saber… ¿Cómo es que se hacen los bebés?

Los padres el niño, quienes gozaban de una perfecta relajación sobre la cama, quedaron mudos. Se miraron, miraron en consonancia al muchachito y se miraron nuevamente.
-         - Bueno…  -intentó empezar la madre- esteeeee… mhmmm…
-        -  Vení, sentate, Beto… vení –le dijo el padre, intentando ganar tiempo mientras el mocoso se acomodaba entre medio de los dos.
-          -¿Viste los repollos? –intentó seguir rápidamente la yoguista, pero la mirada de su marido se le clavó con recelo, lo cual la hizo dudar sobre cómo seguir, y empezó a tartamudear como hace siempre que se pone nerviosa.
-       -  Si, ma… los repollos… ¿Qué tiene que ver eso? … ¿Los repollos tienen algo que ver con los bebés?!
-        -Esteeeeh… los repoli… reposhhh… los reppppp….
-        -Tu madre está diciendo cualquiera, Beto –la interrumpió el carnicero- … está todavía bajo los efectos de esos tés raros que toma. Escuchame… Los bebés nacen de la panza de las mamás… de ahí –le dijo mientras le acariciaba la cabeza y le sonreía, esperando que el pequeño se conformara con eso. sin embargo, no fue así.
-        -  Si paaaa… ya lo sé eso – se impacientó Alberto- … pero quiero saber cómo se hacen ahí adentro… no me vengas con lo de la cigüeña…
-        - Ajham… -tosió nerviosamente el padre, mientras intentaba sacar alguna respuesta creativa de la galera, la cual le sobrevino a los 2 minutos y medio, más o menos- Mirá. La cosa es sencilla. Papá prepara una comida muy rica, rica, rica… y mamá la come…  -Un instante de tensión de intervalo sirvió para cruzar miradas, y continuar- y después de eso, el bebé se hace y crece en la panza… y después nace en el hospital…
-         - Pará… pará – se metió la madre, enojada- tampoco te creas que es un banquete, eh! Es una semillita no más…
-      -  Pero no te pongás macrobiótica!!! Por favor…!!! Qué importa si es un asado o una semilla?! Es una comida… punto.
-        -A mí me importa, querido! No sé! Qué imagen va a tener Betito de mí? Él sabe que yo como sano!!!
-        -Bueh… otra vez la misma historia! – dijo el padre, cansado, poniéndose de pie y agarrándose la cara con las manos.
-       - Callate ¡¿Querés?! Vos sos el que no me dejó terminar la cuestión del repollo… y todo por el “repollo”…
-       - Sabés que no es solamente por el repollo, mujer! Ayer herviste esos porotos de soja y la casa quedó con un olor inmundo… qué hediondez… ni el incienso lo tapa! Parece que me lo hacés a propósito…
-        -Y ahora te enojás con la soja?  ¡Sos imbancable!
-       - Para todo tenés un “pero”! Beto se la estaba creyendo… ahora lo arruinaste!
A todo esto, Alberto miraba con los ojos bien abiertos, sin entender demasiado cuál era ahora la respuesta verdadera a su pregunta. Evidentemente, todo este lío alimenticio no los encontró muy de acuerdo.
-          -Tranquilicémonos! – intentó ordenar la mujer, viendo como su marido estaba por hacer un surco en la alfombra de tanto ir y venir.
-        -  Contale – le retrucó el padre- … contale cómo es la cosa… cómo es lo de la semillita…
-        -¡Basta! ¡Basta! Vamos a preparar la cena… ¡se terminó!
-        -No… yo me voy a cenar a lo de mi mamá… -terminó diciendo el padre, mientras agarraba las llaves del auto, y se iba dando un portazo, dejando en la habitación un silencio bastante pesado.
La mujer quedó sentada en la cama, sosteniendo entre sus manos una hoja impresa con los 5 principios del reiki. Alberto estaba sentado a su lado. Empezó a sospechar que la comida mucho no tenía que ver con el asunto de los bebés. Después un rato,  preguntó:

-        -Que pasó, ma?

No hay comentarios:

Publicar un comentario